Extractos y Reseña Crítica del Libro "El Vaticano Contra Dios" - 2

El fingimiento o hipocresía.

"La simulación en el Vaticano se convierte en una segunda naturaleza que acaba por superar a la primera. Los hipócritas son alabadores y preceptores de todas las virtudes fingidas y se convierten en detractores y perseguidores de todas las verdaderas. Fingiéndose devotos observantes y respetuosos creyentes, cultivan en su interior la soberbia, la mezquindad y la intransigencia… En lugar de ser custodios de la fe, se convierten en sus gendarmes, celosos de su propia dignidad, y en unos símbolos de hipocresía religiosa cuyo comportamiento es similar al del actor que en escena, para ser sincero, tiene que ser hipócrita" (249).

El papa Juan Pablo II, "con su innata socarronería, finge apreciarlos" [a los cardenales "que él mismo ha revestido de tanto poder"], mientras reconoce su impotencia para expulsarlos, confesando a gente de su confianza que "son demasiados los culpables y están demasiado encumbrados. No puedo destituirlos a todos y en tan poco tiempo. La prensa hablaría demasiado" (72). "Todos esos ocupan los máximos niveles precisamente porque los quiso y los nombró cardenales y obispos el actual pontífice durante su largo pontificado de más de veinte años: hubiera sido más fácil no nombrarlos, en lugar de destituirlos ahora" (73). "El papa Wojtyla, enfermo, calla y pasa por alto el engaño: en el estado en que se encuentra, le conviene fingir, sabiendo que fingir es un defecto, pero que el que no sabe fingir no es perfecto" (301).

"En el Vaticano, el funcionario se clasifica según como esté catalogado: si tiene que permanecer sumergido, aunque sea un genio, seguirá siendo ignorado, hasta que se lo quiten de encima… El eclesiástico al que así se elimina, cualquiera que sea su actuación, dará la imagen de alguien que ha sido descartado con toda justicia. Si calla, el superior comentará por ahí que su silencio es la prueba que otorga aquel que calla, pues no se considera digno de emerger; si protesta, quedará demostrado que lo han echado porque ya se preveía su insubordinación" (172).

"Bajo los oropeles de la piedad, la hipocresía busca las cosas que más le interesan… En cualquier despacho de la Curia, donde es fácil la cordialidad pero difícil la familiaridad, no se ve más que adulación vana y superficial, profusamente dada y recibida" (249). "Basta adornar los discursos para oscurecer las ideas: acostumbrados a camuflarse, no les cuesta hacer lo mismo con Dios. Disimular para ocultarse" (218). Se informa de un nombramiento hecho por el papa Juan Pablo II para tapar calumnias y abusos. Se cita luego a Cristo: "por fuera parecéis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad" (228).

"En el ordenamiento jurídico de la Iglesia vaticana no es punible el delito de favoritismo, sino que más bien se considera una gracia beneficiosa gratis data, otorgada con carácter gratuito" (250). "No ha habido ningún cambio desde… 1563", en donde se expresaba ante el Senado veneciano: "Aquí la adulación se viste de honradez y el engaño de astucia. En resumen, todos los vicios se presentan enmascarados: todo es honradez, todo es honorable y necesario si conduce a lo útil, única divinidad a la que se adora. La simulación es el alma de la corte romana" (249). "Ya desde la alta Edad Media el privilegio del favoritismo y la protección era tenido en gran estima y aprecio" (250).

"Los aspirantes a hacer carrera…, corteses y escurridizos y jadeantes, arden de fiebre de vanidad y de ambiciones desmesuradas y, en caso necesario, saben adoptar las actitudes más apropiadas y pronunciar las palabras más idóneas para llevar a cabo sus galanteos y adulaciones… Recurren fácilmente al embaucamiento de los superiores… Prestaciones en simbiosis: el superior se encuentra en estado de éxtasis…; y el otro, como astuto servidor, se dedica a manejar y adular debidamente al asno domado" (250).

"El hecho de alcanzar dignidades y ascensos mediante los favoritismos y los donativos más extravagantes, tanto en especie como en dignidad, se presenta como algo lícito y natural. Mejor dicho, obvio. Es costumbre de la corte romana adular con tiránica vileza a los príncipes dominadores y maldecir con increíble desfachatez a los vencidos y a los muertos" (251).

Contraste entre la pobreza y la riqueza.

"No es la pobreza lo que infunde temor, sino el desequilibrio entre la pobreza y la riqueza que impera en el vértice de la Iglesia vaticana". "Los prelados vaticanos, cargados de dinero, ambicionan puestos cada vez más elevados, más prestigiosos y más rentables… El Vicario de Cristo habita en el palacio más lujoso del mundo; millares de familias viven en tugurios y barracas no muy lejos de él… De nada sirve compadecerse de ellas y regalarles aguinaldos navideños" (303).

"El cardenal Tedeschini, a quien se atribuía la frase ‘Todos estamos aquejados de la misma fiebre del oro, pero somos célibes’, dejó en herencia a su familia dos mil millones de liras de aquella época. El cardenal Canali… ha dejado a sus sobrinos seis mil millones de liras. El cardenal Dell’Acqua…, para hacer unas pequeñas reformas en su dormitorio, pidió cinco millones de aportaciones para los pobres. Por no hablar de las órdenes y congregaciones de religiosos y religiosas arrastradas por un diluvio de dinero de dudoso origen…" (303).

"Jamás la pobreza y la denuncia de los males morales han llevado a la derrota de la Iglesia…; son sus caídas en la tentación del poder y su apego a los fastos del mundo los que la convierten en una organización mezquina" (325). "Para alcanzar la transparencia (perestroika) del Evangelio, la Iglesia tiene que emprender una lucha sin cuartel en su interior.. Todo el edificio de la Iglesia de los humildes y de los pobres tiene que apuntar hacia una auténtica glasnost, es decir, hacia la unánime convergencia de todos…" (326).

Contradicciones entre lo que se predica afuera y se practica dentro.

"Los papas dirigen sus numerosas encíclicas sociales, empezando por la Rerum Novarum, a todos los estados de la tierra para que apliquen su doctrina. Y los gobiernos de los pueblos, unos más y otros menos, se van adaptando a sus directrices. Sin embargo…, en el estado Vaticano estas mismas encíclicas se guardan en un estuche sellado para que todos los empleados vaticanos las veneren… Dejando aparte el bizantinismo verbal en torno a las tan cacareadas declaraciones sobre los derechos del hombre, unos derechos válidos ‘para uso externo’, al otro lado de las murallas vaticanas…"

En esencia, los milenarios dicen al Vaticano, en aspectos sociales en los que la Curia cree tener la visión moral que los gobiernos civiles no pueden traspasar, algo equivalente a "médico, cúrate a tí mismo". "En la sociedad vaticana se niega a los eclesiásticos la posibilidad de dotarse de un organismo de solidaridad que proteja y defienda los derechos que les corresponden" (307). "Con tanta doctrina social y tanto respeto…, hoy nadie puede tener la pretensión de obligar a Dios a obrar milagros para proteger los derechos tutelados por aquellas leyes, pero olvidados y violados en el Vaticano… Es necesario que tales leyes… se cumplan en todas partes…" (308).

"La Iglesia de hoy… también necesita una extremada transparencia en su interior para poder reflejarla en su exterior. La salvaguardia de los derechos del hombre, y por consiguiente también de los del eclesiástico, presupone una clara relación con la realidad sociológica" (308). "Después de más de un siglo de doctrina social, la Iglesia verticista ha hecho todavía muy poco por sus eclesiásticos, cuando no les ha puesto trabas. A las puertas del año 2000, es urgente ayudar a la Curia vaticana a abrirse a los sistemas de libertad y democracia que la propia Iglesia enseña a los pueblos en sus encíclicas sociales, pero que después, de la manera más despiadada y categórica, prohíbe llevar a la práctica en su interior" (308-309). Se trata "de la doctrina social que los papas han sugerido en este último siglo a los demás Estados, pero han olvidado aplicar en su pequeño Estado" (309).

"Juan Pablo II, en la… Redemptor Hominis, dirigiéndose al mundo y dando la espalda al Vaticano", declara que "la Iglesia ha enseñado siempre el deber de actuar por el bien común…" (318). "Según ellos [las autoridades de la Curia], el concepto de dualismo de la doctrina social que se aconseja a todos los demás Estados no podría aplicarse sin más a la Sede Apostólica, dadas las singularidades del Vaticano. Escudándose en este prejuicio, no permiten a los súbditos el ejercicio de este derecho natural que, sin embargo, desean que se respete en las sociedades de todos los demás Estados. ¿A quién le interesa esta contradicción en los términos, natural en los civiles y contrario a la naturaleza en los eclesiásticos?" (323).

II. Los abusos de la organización eclesiástica del Vaticano.

"Los no enterados creen que la Curia romana es el gobierno más perfecto del mundo… Afirmar lo contrario podría parecer una difamación. No lo es en absoluto para los que están dentro" (39). "La historia de la Curia ofrece abundante material ilustrativo de eclesiásticos que han tratado y tratan de aplicar el Evangelio de tal manera que les garantice la perpetuidad de los privilegios adquiridos" (41).

La Secretaría de Estado y el papa.

"La Secretaría de Estado es la cuna en la que reside y crece el vivero del poder tal y como existe hoy en día en la Iglesia vaticana" (78). Son los "representantes del papa cerca de los gobiernos de los países que mantienen relaciones diplomáticas con la Sede Apostólica. Es un elegante generador de energías potenciales destinadas a garantizar que nada cambie" (79).

"Al frente de la Iglesia se encuentra el Papa. Pero.. la que gobierna en la práctica es su Secretaría de Estado, a la cual están sometidos el resto de la Curia romana y el propio Pontífice" (79). "El verdadero diplomático de nunciatura se afianza con éxito cuando finge ignorar lo que sabe y demuestra conocer lo que ignora. Tiene que saber espiar… echando mano de la inmunidad" (79). Esta es una "estructura ultraevangélica, pues Cristo no quiso estudiar diplomacia y en el templo dio muestras precisamente de todo lo contrario… Es necesario que Cristo vuelva a azotar con el látigo a los mercaderes del templo, transformados en cueva de ladrones" (80).

"Después de la Secretaría de Estado, el dicasterio-clave de la Curia… es la congregación encargada de hacerle nombrar obispos al Papa, lo cual es un decir, teniendo en cuenta que el pontífice firma únicamente el primer nombre cuando hay una terna y todo lo demás ya lo han pactado los jefes de la cordada" (90). Por esta razón, "no es exacto decir que el Papa toma decisiones. Su firma basta únicamente para que los listos la puedan imponer como codicilo dogmático ligado a la infalibilidad papal. ¿Cómo podría el Papa ejercer con eficacia tan siquiera aproximada el necesario control de los cinco mil nombramientos episcopales?… Nacen así las concentraciones malsanas de poder en un hinchado aparato centralizado, dirigido por unos clanes de prelados que a menudo no son los mejores" (94).

El episcopado.

Luego vienen los que aspiran "llegar al episcopado" que se clasifican, según los milenarios, en tres categorías: las Excelendas (destacadas por su santidad y cualidades de estudio y ministerio pastoral, tenidos por santos por la mayoría), las Excelencias (lista breve de dignatarios nombrados obispos aunque hayan hecho poco o nada), y "la larga lista de las Exceladronas (título adquirido por golpes "de do ut des, ‘te doy para que me des’: amistosas atenciones hacia los que están arriba, donaciones prelaticias, guiños y prestaciones de todo tipo… Se muestran altivos y orgullosos de haber llegado quomodocumque, a toda costa y de la manera que sea) (90-91).

"Las excelencias y las eminencias son excrecencias bubónicas en… la Iglesia… Sólo ellos han recibido inesperadamente y como llovido del cielo el nombramiento episcopal, que… debido a los enredos y subterfugios, el nombramiento no puede por menos que haber sido de carácter fraudulento" (91). "Entretanto, el dignatario que lo ha empujado se esfuerza… en convencer a todo el mundo de que él ‘siempre sacude las manos para no aceptar regalos’; siempre que sean de poca monta, murmuran por lo bajo quienes lo conocen. Se trata, como es natural, de paradojas de un círculo en el que los prejuicios de los malpensados siempre quedan confirmados por los hechos que posteriormente se producen" (91).

"Muy pocos son los que en este lapso de tiempo posconciliar reciben el premio por su mérito personal. Casi todos son ascendidos gracias a descarados chanchullos y prestaciones de todo tipo" (91-92). "Los de rito oriental utilizan otro sistema en el que tampoco faltan los enredos y las connivencias" (92). Es una "tapadera de la presunción que hay debajo" (93). "Sobre el papel, el candidato es descrito como un dechado de perfecciones, aunque en la práctica lo sea mucho menos e incluso mucho peor", ya que están a menudo en contacto "con el mundo del hampa" y pertenecen a logias masónicas (93). Ya lo decía san Bernardo: "El celo de los eclesiásticos sólo les sirve para asegurarse el puesto. Todo se hace por la carrera y nada o muy poco por la santidad" (148).

"En todas las conferencias episcopales…, difícilmente los obispos presentes ponen reparos a los candidatos por temor a ser considerados minoría. Cuando se pasa a la votación, se trata simplemente de una formalidad ritual. El voto sobre el candidato, al que la mayoría de las veces no se conoce, se otorga como deferencia al obispo que lo propone y se sobreentiende como devolución de un voto en agradecimiento a un favor anterior para la promoción del candidato del otro" (95). En consecuencia, "en la recta final hacia metas superiores, no se sitúan los hombres dignos y santos que desdeñan los exhibicionismos externos, sino los más ávidos de éxito y de poder. Difícilmente una personalidad culta y de vida santa recurre a semejantes compromisos con su obispo, aunque sepa que, obrando así, sus posibilidades son mínimas, por no decir nulas" (95).

"Para ascender a los vértices de la Curia romana hay que pertenecer siempre a un grupo compacto y cohesionado con un líder a cuya disposición tienen que estar en todo momento los colaboradores designados. Es un trabajo de años y a veces de décadas, pues no es fácil reunir a unos eclesiásticos de una misma tendencia… Todas las armas son válidas para cortar el paso al grupito competidor" (126). Por tal razón, "en la Curia no cuesta mucho arrojar a quien sea al polvo y el barro de la calumnia. Es un molesto pisoteo en menoscabo de la dignidad de las personas rectas, denigradas o bien lisonjeadas en caso de que no se pueda prescindir de ellas" (127).

Los ascensos.

"El sistema de la Curia tiende a mantener a todos los súbditos a raya bajo la pesada mano del superior, que es el que toma las decisiones por ellos" (175). "La tentación de concentrar en las manos de las autoridades el monopolio de todos los ascensos y las exclusiones es mucho más poderosa en la Iglesia, similar a un estado, que en otras sociedades. Todas las elecciones, especialmente si son discriminatorias e injustas, la autoridad las atri-buye… a la inspiración del Espíritu Paráclito, lo cual hace que sean infalibles y, por ende, indiscutibles" (173).

"Numerosos ascensos vaticanescos se denominan ‘agosteños’ porque se producen en el mes en que los distraídos prelados se encuentran de vacaciones". Son "falsas pistas veraniegas, elegidas a propópsito por los impulsores de injusticias por considerarlas el medio más apropiado para la eliminación de ciertos nombramientos que en otras épocas del año darían más que hablar" (131). "Los agosteños y los de otros equinoccios curiales son bocados exquisitos para los más expertos vaticanistas, acostumbrados a echar mano de ellos en caso de necesidad… Los agosteños son los más absurdos y se parecen a las carreras amañadas con más o menos habilidad o descaro, pero jamás punibles en virtud del axioma, según el cual los superiores no se equivocan ni siquiera cuando sus intrigas engañan al papa" (132).

Confrontaciones entre diferentes bandos.

"En el Vaticano, a cada cambio de guardia en el vértice, se produce una composición y descomposición de efímeros conglomerados de familias, plenamente conscientes de que allí lo único estable es lo provisional y lo único fiable es el engaño" (147). "El fin de cualquier pontificado que se encamina hacia el ocaso siempre es perjudicial para la élite de la Iglesia" (147). No obstante, "el gobierno de la Iglesia sigue su camino a golpe de sordas peleas entre bandos enfrentados. Los duelos del ático provocan temblores en los pisos inferiores" (140). "Las cordadas de Piacenza y de Romagna" se comparan con la Osa menor y la Osa Mayor (132-133). "Los miembros de los dos clanes de Piacenza y Romagna salen de vez en cuando a enfrentarse en singular combate, cuando hay que repartirse algún cargo de especial prestigio" (137).

"La zancadilla, aunque por más que torpe e incorrecta, está tan de moda en la Curia y fuera de ella, que ya casi ha perdido toda su gracia" (140-141). "No hay ningún perro que suelte de buen grado el hueso que lleva en la boca" (141-142). En las confrontaciones de los diferentes bandos se dan incluso asesinatos, como los que, se sugiere, llevaron a la muerte del papa Luciani, Juan Pablo I, del vicepontífice Jean Villot (147), de Monseñor Bugnini, nuncio de Irán (248) y de un joven cabo de la Guardia Suiza, Cedirc Tornay (309-310).

La jerga curial.

"El papagayismo curial es una cantinela incesante… En la Curia romana es bien sabido que quien sabe mover la lengua, da lo mismo que piense o que no piense o cómo piense: igualmente hace carrera" (123). "La humanidad ya está harta de palabras sin un punto de referencia seguro, es decir, Dios. En esta época tan atormentada, una religión de palabras, de documentos, de edictos pontificios destinados a quedar olvidados en el papel, es como un edificio construido sobre la arena" (123).

"La jerga curial conserva y transmite un lenguaje corporativista con léxicos privados y código propio: un verdadero idioma de circuito cerrado, contraseñas, eslóganes que hay que descifrar, locuciones de grupo y comunicación global… Sí, el ambiente de la Curia conduce a una forma técnica de pensamiento con un vocabulario muy especial…, una jerga integrada que produce euforia mental, adormece la reflexión y anula la responsabilidad, pues el que piensa es el grupo, no la persona… Es un lenguaje en blanco y negro sin el menor espacio para la duda… El que no utiliza el lenguaje del grupo comprueba la marginación a la que lo someten los demás adeptos… Los funcionarios de la Curia, los eclesiásticos en mayor medida que los laicos, se ven impotentes ante la dictadura del pensamiento que domina y esclaviza las mentes de quienes se esfuerzan por no dejarse atrapar por este mundo" (124-125).

"El chauvinismo curial transforma al eclesiástico de original en fotocopia, con una adaptación absoluta en la que destaca su impermeable hipocresía", lo que "crea a la larga una ética catódica de pantalla fija que conduce al lavado del cerebro y la conciencia del integrado en el grupo" (125).

La falta de libertad.

"La Curia romana no suele apreciar la libertad de expresión. Y de este modo, por temor al ridículo, renuncia a lo sublime para caer en lo grotesco y, a veces, incluso en lo trágico" (22). "En ausencia del sistema democrático de la oposición, nace la crítica difícilmente controlable… Es el precio que toda monarquía absoluta tiene que pagar cuando se pisotean la libertad y las costumbres dentro del propio ambiente" (30-31). "Por falta de confianza en el Espíritu Santo, el episcopado se convierte en modelo de control inquisitorial, en lugar de ser un modelo de discernimiento" (77).

"El funcionario [obispo] no dice lo que realmente piensa porque la expresión de su pensamiento ya la ha pensado y prepensado su superior… En un pasillo tan estrecho de libertad se abre camino la ambigüedad" (123). Se advierte así, "el peligro del doble pensamiento, es decir, de la manipulación del pensamiento humano por medio de la atribución a las palabras de un significado distinto, rellenándolas cual si fueran unas empanadillas. Semejante método lleva a dar por sentado que todas las motivaciones y todas las experiencias válidas residen en el cuerpo dirigente y en el jefe; por consiguiente, los súbditos ideales y las personas completas que quieren triunfar en su maduración humana, tendrán que identificarse con aquellos que razonan sólo en conformidad con el jefe: obedecer en silencio sin el menor desarrollo mental y social; obrando de esta manera, evitarán que les atribuyan errores y culpas" (124).

"Los obispos de toda la Iglesia no se sienten libres de expresar su opinión al Sínodo romano acerca de ciertas cuestiones en cuya discusión desearían ser consultados, como, por ejemplo, el divorcio, las segundas nupcias, los sacramentos a los divorciados y la absolución general… Las cuestiones más serias no se ponen realmente sobre el tapete para su estudio y discusión libre y colegial… Este residuo de mentalidad medieval vaticana se considera un obstáculo insuperable para la apertura de un diálogo confidencial acerca del ecumenismo. Muchos ortodoxos y otros muchos cristianos se muestran reticentes a una plena comunión con la Santa Sede, no tanto por el aparente prejuicio sobre ciertas cuestiones doctrinales o históricas, cuanto por la actitud manifestada hacia ellos por la Curia romana que se presenta más como controladora que como copartícipe en la fe y el discernimiento en la diversidad de dones y de acción del Espíritu Santo" (77).

"Cuando el único empresario es el Estado, tal como ocurre en el Vaticano, su legislación al respecto puede transformarse fácilmente en un régimen totalitario, en cuyo caso es él el que decide el espacio y el límite, siempre revocables, que se debe conceder a sus subordinados, manteniéndolos a raya para poder defenderse de ellos. De esta manera, el Estado-régimen, con sus propias maneras y normas, se defiende del individuo, acaparando para ello la mayor cantidad posible de consensos, lo cual da lugar a que la discrepancia del rebelde, cuya singularidad siempre se intenta presentar como minoritaria, quede reducida a la nada. En semejante contexto de gobierno…, las mismas instituciones autoritarias… limitan la creatividad, la libertad y la iniciativa del subordinado, destruyendo su esencia y su dignidad" (320). "La Iglesia… en su devenir debe tender a formar una sociedad de creyentes más libres…" (329).

La impunidad e inmunidad.

"Cuando el prefecto de un dicasterio considera su cargo como un feudo adjudicado a su persona, las elecciones arbitrarias y las visibles cacicadas no se pueden discutir ni castigar". Ya lo había anticipado san Bernardo: "La impunidad provoca la temeridad y ésta abre el camino a todos los excesos" (102).

El que llega arriba "jamás será perseguido por ningún tribunal humano, hecho sólo para los súbditos pero no para el superior, que siempre tiene razón, sobre todo cuando está equivocado" (190). "Cuando hablan estos prelados, tanto dentro como fuera de la Curia, parece que se identifican con la pureza inmaculada de la Iglesia… Débil maniquí sobre un sólido pedestal, el silvestrino considera los insultos a su purpúrea necesad directamente proferidos contra la Sede Apostólica…, siempre tiene una palabra de desprecio para quienes no se postran a sus pies" (190).

"Servirse de la Iglesia para hacerse servir mejor. Ujieres, chóferes, subalternos, empleados de la tienda…, animosos jóvenes que prestan servicios extraordinarios noche y día, todos tienen que servir de escolta al superior silvestrino…, los gastos de las dietas correrán a cargo del despacho. Vive muy tranquilo con su conciencia domesticada: ningún inspector prudente examinará las cuentas de las correspondientes administraciones opacadas". Se trata de "un poder… que ni siquiera está excesivamente disimulado" y en donde "penetran la negligencia, la insipiencia, la complicidad o todos estos defectos juntos"(191).

"Para no arrebatarle al superior que se equivoca el privilegio medieval de la impunidad indiscutible, prefieren declarar inaplicables en el interior del miniestado vaticano las deslumbradoras verdades de la moral social que hoy… ya se han convertido en patrimonio común de todos los pueblos libres" (309).

Continuación

[Volver]

Para entrar em contato conosco, utilize este e-mail: adventistas@adventistas.com