El Sueño del Papa para las Democracias de Inicio del Siglo

Confesiones del pontífice al recibir al embajador francés ante el Vaticano

CIUDAD DEL VATICANO, 12 junio(ZENIT.org).- ¿Cuál debería ser el fundamento de las democracias del siglo XXI que sin duda estarán caracterizadas por la pluralidad cultural, religiosa y étnica? Esta fue la pregunta a la que respondió Juan Pablo II el pasado 10 de junio al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de Francia ante la Santa Sede.

En su respuesta, el pontífice se basó en la cuestión de los derechos del hombre, a la que ya había aludido el nuevo representante francés ante el Vaticano, Alain Dejammet, quien hasta ahora había sido embajador de París ante las Naciones Unidas.

«Los derechos humanos --según el Papa-- son el fundamento del reconocimiento del ser humano y de la cohesión social. Les corresponde en primer lugar a las instituciones públicas garantizar eficazmente los derechos de la persona humana: estos derechos que derivan directamente de nuestra dignidad natural y por esta razón son universales, inalienables e
inviolables».

El primer derecho

En este sentido, el pontífice reconoció que el primer derecho, es el «derecho a la existencia y al respeto de la vida, así como el apoyo a la familia, célula básica de la sociedad». Otro de los derechos básicos y fundamentales de la persona humana es el respeto de su dignidad hasta
cuando llegue a su ocaso natural. «El alargamiento de la vida supone también prestar una atención especial a las personas ancianas para que puedan vivir en condiciones decentes y beneficiarse hasta el final natural de su existencia de tratamientos y de la asistencia necesarios», señaló el Santo Padre. De este modo, planteó con toda su lógica una inquietante pregunta: «¿Cómo pueden los individuos de una nación tenerse mutuamente confianza si no se les garantiza el bien más precioso que tiene cada uno de ellos, su propia vida, que no puede ser sometida por simples criterios de eficacia y rentabilidad, o por decisiones puramente arbitrarias?».

Libertad religiosa 

Para garantizar una vida democrática sana, otro de los derechos fundamentales que obviamente tocó el Papa, el de la libertad religiosa, también requiere garantías particulares. Libertad religiosa, explicó, «no significa una libertad reducida a la esfera privada. La libertad religiosa supone por parte de las autoridades y de la comunidad nacional entera, particularmente por parte de la escuela y los medios de comunicación que tienen una función importante en la transmisión de las ideas y en la formación de la opinión, una voluntad expresa de dejar a las personas y a las instituciones la posibilidad de desarrollar su vida religiosa, de transmitir sus creencias y valores, de ser parte activa en los diferentes niveles de la vida social y en los lugares de concertación, sin quedar excluidos por motivos religiosos o filosóficos, siempre y cuando se respeten las reglas del estado de derecho».

El desafío de Europa

Francia, que siempre ha sentido particularmente comprometida con la defensa de los derechos humanos, se encuentra, según el Papa, ante una responsabilidad particularmente seria, ahora que se acerca el semestre en el llevará las riendas de la presidencia del Unión europea. Se trata de una fecha que cae poco después de un significativo aniversario: los cincuenta años de la primera «piedra» de la política comunitaria, el 9 de marzo de 1950, en la que con el Tratado de Roma cambió el rostro de la convivencia en el viejo continente y que fue promovido por tres grandes cristianos Jean Monnet, Robert Schuman y Konrad Adenauer. «La Unión Europa es una apuesta y al mismo tiempo un desafío -- afirma el Papa--; abre el camino a un futuro de paz y de solidaridad, así como a una colaboración cada vez más intensa entre los diferentes países del continente y con el conjunto del mundo».

Ahora bien, esta apuesta podría perderse si sus gobernantes obedecen a sus propios intereses, descuidando el bien común. Sólo así, afirmó Juan Pablo II, se podrá luchar «contra las redes ocultas, que quieren aprovecharse del gran mercado europeo para blanquear el dinero que procede de todo tipo de tráficos indignos del hombre, en particular, el de la droga, el de las armas, y el del abuso de personas, en particular, mujeres y niños».

«Los recursos, la riqueza y los frutos del crecimiento en el continente --añadió--, tienen que repercutir, ante todo, en los más pobres de los diferentes países, en las naciones que más necesidad tienen de desarrollarse y que están marcadas todavía por las consecuencias de la
recesión económica y de las fluctuaciones de los mercados financieros». 

«De estos desafíos, así como de la lucha contra el desempleo, la protección del ambiente --por citar otros elementos-- depende el que la construcción europea no sea ante todo una comunidad de intereses, sino más bien una comunidad fundada en valores y en la confianza mutua, poniendo al hombre en el centro de todos los combates».

Esta es la democracia y la Europa que sueña el Papa. Este es el desafío, como él recordó, que aceptaron el millón y medio de jóvenes que participaron en las últimas Jornadas Mundiales de la Juventud que se celebraron en París. - ZS00061206

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