La «Nueva Economía» y la Doctrina Social de la Iglesia Católica

Las implicaciones de la globalización a debate

ROMA, 18 mayo (ZENIT.org).- «Nueva economía», globalización, flujos
financieros velocísimos y especulaciones de efectos mundiales: un nuevo
panorama que interroga al patrimonio de reflexión de la Iglesia sobre la
economía y el trabajo. El modo en que el pensamiento social católico debe
afrontar el torbellino de la economía tecnológica y financiera ha sido
objeto de una reciente jornada en la Universidad Pontificia Salesiana bajo
un sugerente título: «¿La Doctrina social de la Iglesia necesita
actualizarse? Nueva economía y nuevas relaciones internacionales interpelan
a la enseñanza social católica». Una doctrina que conoce interpretaciones
distintas según las sensibilidades. Se reflexiona desde la divergencia de
ideas, surgida en un Congreso celebrado en el Vaticano con motivo del
Jubileo de los Trabajadores, entre un pensador como Michael Novak y el ex
director del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus, ambos
católicos: el primero defensor de la libertad de mercado, el segundo de la
necesidad de proporcionar reglas a la globalización.

Para Mario Toso --sacerdote y profesor de doctrina social y Filosofía
social en el Ateneo salesiano-- «el problema es precisamente la posibilidad
de reglamentar un fenómeno que tiene extensión planetaria y respecto al
cual la soberanía de cada Estado es limitada». La «financiarización» de la
economía «la lleva a estar cada vez más alejada de la economía real» y de
las exigencias «de los distintos países y de las diversas categorías sociales».

La doctrina católica invita, por lo tanto, sin «demonizar», a que la nueva
economía, como toda actividad humana, esté «regulada por la ley moral». La
tendencia, según Toso, sin embargo va en una dirección opuesta, la del
beneficio por el beneficio. La ética no debe «verse como enemiga de la
nueva economía, sino más bien como algo intrínseco a ésta». En la
orientación de la nueva economía al servicio del hombre y de la sociedad
están involucrados todos los sujetos. «El profesional que trabaja en el
sector financiero, por ejemplo, debe ser cada vez más consciente de que no
basta con atenerse a códigos deontológicos elaborados en su propio ámbito y
sujetarse a una legalidad de fachada. Su actividad debe ir al encuentro de
las exigencias de las personas y de la sociedad».

«Hoy la relación entre trabajo y capital debe revisarse por completo»,
afirma Stefano Fontana, director de «La società», revista científica de la
Fondazione Toniolo de Verona, organizadora de este encuentro. En su
opinión, la encíclica de Juan Pablo II «Centesimus Annus», cuando habla de
recursos y capital humano, ya contiene indicios de afinidad con las nuevas
realidades económicas, cada día más productoras de bienes inmateriales. Un
segundo punto a considerar es la estructura de la empresa, que «para la
doctrina social es, ante todo, una comunidad de personas». Hoy asistimos a
un fenómeno de desarticulación, descentralización, flexibilidad, descenso
de las relaciones entre empleados y de la confianza entre trabajador y
empresa. A lo que hay que añadir la «financiarización»: «El riesgo radica
en olvidar las consecuencias para las personas de los flujos de capital». Y
también «concentrarse en el resultado a corto plazo y verlo sólo bajo el
aspecto financiero. Sobre estos puntos la doctrina social tiene que hablar
más. Permanecen los principios tradicionales: prioridad del trabajo, solidaridad y subsidiariedad».

Los dos factores decisivos de la nueva situación son: la velocidad y la
imprevisibilidad del cambio, y el derribo de las categorías de espacio y
tiempo. Sobre esto reflexiona Marco Martini, presidente de la facultad de
Estadística en la Estatal de Milano-Bicocca. «La imposibilidad de extender
previsiones más allá de dos o tres años modifica instituciones y modelos
conceptuales en los que estamos acostumbrados a pensar». La inseguridad ha
sido hasta ahora «atenuada por la estabilidad de la relación con la
organización productiva y con el Estado social». El problema ya no es el de
la justicia distributiva, sino la introducción de la dimensión solidaria.
Ésta se construye «en conocimientos y relaciones», en el «bagaje
profesional» en torno al cual tiene lugar una «repartición del riesgo».
Además otra dificultad en la actualidad es que «ya no controlamos el
mercado a través de los Estados», cosa que para Martini hay que hacer
obviamente al nivel político.

Giancarlo Galli, periodista y escritor de temática económica, se centró en
el sector financiero: «El concepto de que el asunto financiero no es un
trabajo me parece superado. Es el sector que en el mundo tiene el mayor
número de empleados». El trabajo ya no es entendido de manera material. En
la actualidad es «imposible negar al mundo financiero el carácter de
industria, tanto que hoy pedimos a los trabajadores que se transformen en
accionistas de las compañías, el Estado privatiza, incluso los fondos de
pensiones invierten en acciones». La doctrina social, advierte, «no hay que
tomarla como pretexto para volver al pasado y poner en discusión el
presente». Por lo tanto, a los directivos financieros no hay que tratarlos,
según Galli, de forma distinta a la de los directivos de cualquier
multinacional. Incluso el desbordamiento en el tiempo de la actividad
negociadora, con el riesgo de convertirse en una realidad invasora, se
reconduce a un «problema de cultura. Aquí interviene la doctrina social,
que advierte sobre el hecho de que el dinero no está en el centro de
nuestra existencia». Pero «en la manera moderna de actuar participan
despreocupadamente también los financieros de orientación católica»,
mientras que los judíos, por ejemplo, «incluso laicos, se abstienen de
actividades comerciales en sábado».

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