Extractos y Reseña Crítica del Libro "El Vaticano Contra Dios" - 1

El libro fue escrito por varios autores religiosos del Vaticano que prefirieron quedar en el anonimato por temor a represalias. Uno de éllos, Monseñor Luigi Marinelli (de allí el nombre genérico compuesto de Los Milenarios), salió a la luz, negándose a frenar la publicación y difusión del libro. La obra condena tres aspectos esenciales del Vaticano, la inmoralidad, las luchas de poder y el satanismo. Se atribuyen las causas al celibato obligatorio en lo que respecta a la inmoralidad sexual, y a la estructura jerárquica medieval que da plenos poderes a los que están en el vértice de la curia, abriendo las puertas a la impunidad de los que escalan altas posiciones. Esto facilita el fraude, la falsedad y mentira, hasta el abuso de poder que conduce a menudo, sin escrúpulos, al crimen y el asesinato, como durante la Edad Media. Todo ésto se encuentra constitucionalmente arraigado en la dirección mundial de la Iglesia Católica Romana, y amparado dentro del secretismo judicial que siempre caracterizó a la curia romana.

A pesar del cuadro tan horrendo y dramático que estos autores, Los Milenarios, presentan del interior del Vaticano, creen todavía en la institución divina de la Iglesia Católica Romana. El propósito del libro es, por consiguiente, no sólo denunciar la corrupción tan profunda del Vaticano, sino procurar mediante la delación la cura del mal. No se insiste practicamente en la conversión, sino más bien en la necesidad de reorganizar el sistema de gobierno que impera en el orden eclesiástico. Al recurrir a la prensa, esperan que la ventilación de la corrupción interior pondrá en guardia a los líderes de la iglesia para cuidarse y enmendarse.

"Aquí no se discute la institución divina de la Iglesia sino más bien su envoltura, el ‘vaticanismo’, que corre el peligro de dar mayor importancia al marco que al cuadro y de convertirse en esencia sacramental de la Iglesia…" (8). "Se intenta por todos los medios no divulgar el mal… Lo podrido existe, nadie lo niega, pero, ¿por qué darlo a conocer? Esconder bajo la venda la llaga gangrenada tranquiliza la conciencia enferma" (13).

En cuanto a la organización proponen que las fuerzas que operan de arriba hacia abajo en la estructura piramidal y totalitaria del clero católico, puedan ser equilibradas con voz y voto por las fuerzas que están debajo, de una manera semejante a lo que se ve en las sociedades civiles que cuentan con sindicatos para equilibrar las luchas de poder. Creen que de esta forma podrá lograrse mayor trasparencia, y muchos males serán subsanados por sí sólos. "Reformar la Iglesia del año 2000 significa cambiar un gobierno burocrático que ya no le cuadra" (8).

Aunque la obra repite varios conceptos que ayudan a fijarlos en la mente del lector, pero que aparecen salpicados a lo largo de sus páginas, en parte, por haber sido varios los autores, aquí trataremos de resumirlos y sistematizarlos, procurando dejar intactas las citas principales. A su vez, haremos una evaluación crítica de la obra al final, mostrando los problemas que no captan los milenarios tampoco, y que no les permiten encontrar una liberación plena. También contrastaremos los problemas del sistema de gobierno eclesiástico católico con lo que consideramos superioridad de nuestro sistema de organización eclesiástico. Sólo en raras ocasiones mencionaremos los numerosos ejemplos que dan para corroborar la denuncia que hacen a todo nivel.

I. La inmoralidad en el Vaticano.

"La moralidad en el Vaticano está plagada de intrigas, corruptelas, clientelismos y enchufes" (149). "Los magistrados de ‘Manos Limpias’ en Milán tuvieron el valor de denunciar sin ambages ante Italia y el mundo entero todas aquellas corruptelas. La denuncia es muy grave en todas las sociedades civiles… Una limpieza saludable que, sin embargo, no fue del agrado del Osservatore Romano. ¡Lástima que semejante equipo anticorrupción jamás pueda surgir en el corazón de la ciudadela vaticana!" (149).

Algunas sátiras y bromas muestran el ambiente que se respira en el Vaticano. Se informa, por ejemplo, de "la cruel ironía de cierto indulto papal, una autorización especialísima otorgada a algunos prelados… de hacer uso del bisexualismo ‘a pesar de ciertas disposiciones en contra’" (26). También se cuenta que "un famoso prelado muy intransigente en las cuestiones morales para con los demás, pero de costumbres licenciosas y vulgares, confesaba a sus amigos íntimos haber hecho ‘voto de homosexualidad’ para no incurrir en el pecado de ir con mujeres" (27).

"En la curia, los vicios del superior se adornan y presentan de tal manera que parezcan virtudes. La decadencia moral conduce, en contra de toda lógica, a la mental" (162). Cuando un prelado amigo del monseñor director de la Leoniana escuchó que el arrogante obispo Fiore sería nombrado cardenal, el prelado reaccionó sorprendido: "¡No! Pero ¿cómo?, ¿no se habían hecho comentarios muy graves sobre él?" "‘¿Por sus costumbres licensiosas? ¡Qué ingenuo es usted, monseñor!—replicó el director, apresurándose a añadir--: Cuando se alcanzan ciertos niveles, se borra todo… La púrpura devuelve la estola bautismal. Ya nadie le recordará jamás nada sobre su pasado; ¡sólo méritos y honores…!" (178-179).

"La corrupción penetra hasta en las más recónditas profundidades del santuario de Dios. Muchos, dentro y fuera de la Curia, se avienen a vivir tranquilamente una doble vida y hasta se atreven a asumir el papel de severos censores de sus hermanos, sobre los que arrojan las más duras sospechas y a los que amenazan con posibles destituciones""(181).

En algunos, en cambio, "el ansia de ascenso hacia el poder anula el ansia erótica". En efecto, "existe un ascetismo que libera el espíritu de las pasiones carnales para someterlo a otras espirituales más tiránicas" (183). "A veces, la frialdad de la vida de algunos prelados no los lleva a caer en determinados pecados materiales como la lujuria, la violencia o ciertas relaciones prohibidas; su vida se acomoda y se satisface mejor con la sed de poder, la ambición, el orgullo, el egoísmo y la avaricia"(183).

"El cardenal Joseph Slipyj, arrancado por el papa Juan XXIII de la cárcel donde cumplía cadena perpetua después de dieciocho años, hacia el final de sus días les confesaba a unos amigos: ‘Siempre llevaré grabada en mi mente la odisea vivida en los campos de exterminio soviéticos y mi condena a muerte. Pero en Roma, dentro de las murallas del Vaticano, he vivido momentos peores" (188).

Homosexualidad.

"En el ambiente eclesiástico y particularmente en la Curia vaticana, la homosexualidad es una calumnia que deja inservible a la víctima durante toda su vida, o es un lanzamiento de jabalina que los deportistas arrojan lo más lejos posible para poder ganar la competición… El fenómeno de la homosexualidad… sirve en los ambientes vaticanos para acelerar los ascensos de los emergentes y para excluir de cualquier aspiración a los sumergidos, a quienes se ensucia con la mayor cantidad de estiércol posible para disuadirlos de sus aspiraciones a metas más altas… A veces, en la lista de los emergentes tiene más posibilidades el que se ofrece de cintura para abajo que el que, de cintura para arriba… Allí vale más la gracia que el mérito" (159).

"Muchos prelados de la Curia, a causa de su inconfesada debilidad, ponen de manifiesto más benevolencia y predilección por el guapo que por el capacitado. En el fondo de ciertas simpatías del superior se advierte casi siempre un ligero efebismo. El súbdito, ya desde el primer momento de su fichaje, es consciente de su prerrogativa y recurre gustosamente a ella para sacarle provecho. El aspecto del muñeco, que de masculino tiene sólo lo indispensable y de femenino el agradable porte…, hasta que su debilidad le quema las alas por un exceso de mariconería" (159-160).

Poco después que se impusiera el celibato por la fuerza, San Bernardo escribía al papa Eugenio III (1145-1153): "Los obispos tus hermanos [cardenales, N. del R.] tienen que aprender de ti a no rodearse de muchachos melenudos o jovenzuelos seductores [el consabido vicio de todos los tiempos, N. del R.]. Entre las cabezas mitradas no queda nada bien este trasiego de peinados sofisticados [entonces exactamente igual que ahora, N. del R.]" (65). Concluyen los milenarios diciendo que "todas estas pinceladas de Bernardo no son más que el fiel retrato de la Curia romana de nuestros días en sus protagonistas más inmediatos y elocuentes: el Papa, los cardenales, los arzobispos, los dignatarios, los prelados, los trepas, los embaucadores e incluso el trasiego de melenudos varios" (66).

"En un colegio romano muy exclusivo, tres sacerdotes indios muy amigos compartían estudios y aficiones, incluso eróticas. Hacia las tres de la madrugada se despertaban para ver programas de TV, tanto homosexuales como heterosexuales, muy atrevidos y anotaban las distintas direcciones de citas, aparte de los recíprocos intercambios de amistades particulares… Una vez de regreso en su país, dos de ellos se convirtieron de inmediato en obispos… Se comenta en susurros la benevolencia con que tratan a ciertos jóvenes clérigos complacientes" (99-100).

"En una diócesis italiana un joven presentó una querella civil contra su obispo por abuso sexual… El obispo lo negó todo, pero el juez emitió un veredicto de culpabilidad contra el pelado, que quedo en libertad condicional. Cuando le pidieron la dimisión, el monseñor exigió un nombramiento para la Curia en Roma, señalando que, sino se lo concedían, no pensaba moverse de allí. En los códigos civiles nacionales semejante chantaje es perseguible como delito; en el eclesiástico, en cambio, la pretensión se justifica con la píldora dorada del promoveatur ut amoveatur, es decir, ascenso a un cargo superior a cambio de la destitución de un puesto que se ocupa con escándalo. Así, pues, con todo el desparpajo y la mayor naturalidad, aquel obispo obtuvo el traslado a Roma…" (160).

Junto con este caso, los milenarios mencionan otros casos de homosexualismo en los más altos rangos de la Iglesia (161ss), que contaron con la protección inclusive del papa Montini, su Santidad Pablo VI (162ss). Si el problema del homosexualismo entre los sacerdotes es más agudo, se debe al celibato obligatorio (301ss).

Droga y sexo.

"Dos monseñores unidos por una estrecha amistad, uno italiano y el otro norteamericano, trabajaban en la Secretaría de Estado… A principios de los años sesenta adquirieron un apartamento y decidieron irse a vivir juntos en plena armonía… El monseñor norteamericano se había dejado tentar por pequeñas dosis de drogas blandas que más tarde se convirtieron en ligeramente más duras. Su amigo el prelado italiano lo iba a recoger a toda prisa para llevarlo a una privadísima clínica de confianza, en la que su nombre jamás se anotaba en el registro. En el despacho, el italiano decía que su amigo americano había regresado a su país por enfermedad de un familiar y a los vecinos de su casa les decía que había tenido que emprender un viaje en misión secreta…

"A menudo, el efecto de la dosis de droga no se le había pasado del todo y la liturgia doméstica (misa)…, se convertía en una penosa experiencia para los que asistían a ella: en un amodorrado duermevela, se pasaba el rato eructando y se saltaba a menudo los momentos sagrados más importantes, incluso la misma consagración… A pesar de algunas cartas ‘de carácter amoroso’ escritas por el prelado americano a una amiga y publicadas en la prensa…, el poderoso monseñor italiano supo defender de tal manera su propia causa y la de su amigo que" ambos "fueron nombrados nuncios y llegaron a pisar nunciaturas de lo más prestigiosas" (88-89). Esto prueba que "en la Secretaría de Estado el pasado de los que están destinados a la carrera diplomática se lava en una colada tan deslumbradoramente blanca… Por lo demás, la suciedad que no se consigue eliminar no se divulga; todo vuelve a estar limpio" (88).

El celibato obligatorio, causa de la inmoralidad sexual del sacerdocio.

Los problemas de inmoralidad sexual son más agudos en el sacerdocio católico debido, en parte, a "la ley canónica del celibato eclesiástico… de Occidente, es decir de rito latino, difundida en todo el mundo. Las Iglesias de Oriente, tanto católicas como ortodoxas, ya desde los tiempos apostólicos han concedido a sus ministros la libertad de optar por el ejercicio de su ministerio como casados o como célibes" (301). "En Occidente, la ley del celibato se tiene que encuadrar en el contexto histórico-político del primer milenio a través de la idea de la restauración del Sacro Imperio Romano llevada a cabo por Carlomagno y sus sucesores" (301).

"La experiencia había demostrado a Carlomagno (742-814) que los principados regidos por obispos-monarcas, a la muerte de éstos, regresaban a la potestad del emperador que se encargaba de nombrar a su sucesor. Todo lo contrario de lo que ocurría con los príncipes con prole, los cuales dividían y subdividían sus territorios en tantos condados y ducados como hijos tenían. Convenía por tanto confiar y unificar en las manos del obispo el ducado diocesano. Pero, para poder contar con obispos sin prole, se tenía que preparar un presbiterio de sacerdotes célibes… En esta perspectiva política, la jurisprudencia de los reyes longobardos y merovingios… imponen dictámenes acerca… del estado célibe no sólo de los religiosos sino también del clero diocesano. Los distintos concilios y sínodos regionales y nacionales de aquel período no hacen sino adaptarse a las disposiciones del brazo secular, incluyéndolas progresivamente en la norma canónica de la Iglesia" (301-302).

"Una vez finalizado el Concilio Vaticano II…, se produjo una preocupante crisis de identidad sacerdotal que se tradujo en una salida en masa de los sacerdotes víctimas de una crisis de fe. En las estadísticas se hablaba de un número entre quince y veinte mil sacerdotes secularizados y casados. Los… más combativos y rencorosos se asociaron y organizaron una reunión" que llegó a las siguientes conclusiones. "Las primeras comunidades cristianas elegían a sus sacerdotes [no eran sino pastores] entre los hombres casados; los mismos apóstoles fueron elegidos por Jesús a pesar de tener familia, con mujer e hijos. Según san Pablo, el obispo tenía que haberse casado una sola vez… Las verdaderas enseñanzas de Cristo son el amor a Dios y al prójimo…, todas ellas en contradicción con la jerarquía vaticana que somete a trato vejatorio a los sacerdotes, imponiéndoles el celibato como si ésta fuera la voluntad del Señor" (303).

"En el Sínodo de los Obispos que trataba del sagrado celibato de los sacerdotes, el Papa se apresuró a proclamar que aquella votación era la expresión de la voluntad de todos… Pero, ¿y los sacerdotes ausentes? Jamás fueron interrogados para efectuar un sondeo serio y honrado acerca de su comportamiento general en la cuestión del celibato, y se cerraron los ojos a las realidades macroscópicas… ‘La debilidad del actual sínodo es sobre todo la de haber afirmado estructuras y principios y haber cerrado los ojos a las realidades; la de haber defendido la obligación del celibato sin interesarse por la cuestión de la castidad; lo que cuenta para Dios y los hombres es precisamente la realidad concreta de nuestra vida’. Basta echar un vistazo a los documentos del Santo Oficio o de la Penitenciaría Apostólica—tal como ha tenido ocasión de hacer el relator--, cuántas miserias e inmundicias…" (303-304).

"Se ha rechazado la propuesta de un referéndum, pero el Vaticano hace oídos sordos y anuncia al mundo que el clero de rito latino seguirá vinculado al celibato libremente elegido: esto es hipocresía, falta de honradez, traición… Las almas de los sacerdotes casados también se deben salvar y con ellas se quieren redimir también las de sus esposas. ¿Y qué decir de los derechos naturales y divinos de los inocentes nascituri y de los ya nacidos de tales uniones? Los condicionamientos de los vértices vaticanos dan lugar a la multiplicación de enojosas situaciones, impregnadas de pecados, escándalos y sacrilegios. A los sacerdotes de rito latino les está prohibido contraer matrimonio, pero ellos se conforman con el celibato eclesiástico… sólo que algunos juristas se preguntan qué significa el adjetivo ‘eclesiástico’ puesto al lado del sustantivo ‘celibato’: ¿un más, un menos o un diferente? ¿Y es por tando desde un punto de vista jurídico algo lícito, ilícito o sobreentendido?" (304).

Simonía.

"La simonía ya no tiene aquel rigor de las draconianas leyes del derecho canónico. La ley a este respecto está muy aguada. El término está inflacionado. Nunca se denomina ‘corrupción’. Se prefiere el término ‘protección’, lo cual no constituye ningún delito; al contrario, se envuelve con el manto de la benevolencia y la caridad y, por consiguiente, es una virtud. Ningún tribunal eclesiástico la deberá perseguir jamás" (251).

Después de contar cierto número de casos de inmoralidad sexual de sacerdotes con madres superioras y otras mujeres, así como de las jugarretas para ascender, pese a éllo, a posiciones más elevadas en la Iglesia, los milenarios comentan que "la simonía jamás se ha considerado un grave delito canónico" (109). En efecto, "en el mundo curial, nada se da a cambio de nada" (122). "Los impacientes aspirantes al episcopado se lanzan a la desesperada búsqueda de la mayor cantidad de apoyos posible. A cualquier precio, literalmente hablando, corrupción incluida. Sus protectores, prestándoles su apoyo, los califican de perlas… Cuando sus protegidos llegan finalmente a su destino, se convierten en minas submarinas en busca de mejores puertos" (111). Se trata de un "corrompido sistema condescendiente y competitivo que carcome la Iglesia" (111).

"Tras haber soltado unos cincuenta mil millones de liras al sindicato Solidarnosc y a un hospital, Fiore hizo saber al Papa [Juan Pablo II] a través de una persona de confianza que, si muchos estaban deseando ser nombrados cardenales pero no lo decían, él, en cambio, esperaba la púrpura en agradecimiento por su benéfica obra… Este, para recompensarlo, puso especial empeño en cumplir los deseos cardenalicios del ilustre benefactor" (179).

"La amistad en la Curia sabe a lucro camuflado. Cuántas injustificadas inversiones afectivas se hacen con el lucrativo propósito de un ascenso" (180). "Algunos hasta pueden comerciar con sus creencias religiosas a cambio de la carrera o el ascenso, por ejemplo, los afiliados a la masonería" (189).

Chantajes.

"Por el hecho de conocer muy bien las virtudes y las debilidades de Pablo VI, [algunos] lograban chantajearlo constantemente con el fantasma de la revelación de cualquiera sabía qué escándalos en los medios de difusión. El buen vino del almuerzo había alegrado el corazón de aquel experto prelado tanto como el del rey Asuero" (198-199). Este papa, llamado Montini, cuando era cardenal, "había entablado relaciones secretas con los perseguidores de la Iglesia católica en la URSS". A través del jesuita padre Tondi, "había hecho llegar a los soviéticos la lista de los obispos clandestinos y de los sacerdotes que allí habían sido enviados u ordenados en la clandestinidad, los cuales, traicionados por la delación, habían sido detenidos y habían muerto o los habían matado en los campos de exterminio. A ello se añadía el grave hecho de haber ocultado al Papa el cisma de los obispos católicos que se estaba produciendo en la China comunista" (200).

Como represalia, el papa Pío XII lo envió como arzobispo a Milán, lo que era "una disminución de rango, desde jefe de la Secretaría de Estado a arzobispo periférico, aunque se tratara de la mayor archidiócesis de Italia" (200). La violencia de una de sus cartas causó la muerte de monseñor Gremigni, quien "padecía del corazón, se desplomó sobre su escritiro y murió en el acto" (201). A través de monseñor Poletti, obispo auxiliar del que murió, Montini logró recuperar el testimonio de su virulencia sin poder impedir que monseñor Poletti lo fotocopiase, con la mutua promesa de que "nadie se enterará de lo ocurrido" (202). Poco después Montini era nombrado papa, gracias al apoyo masónico que opera dentro del Vaticano (202). De allí en más, el ascenso continuo de monseñor Poletti no tuvo frenos, hasta llegar a pro-vicario del papa Pablo VI en Roma. "¡Y ahora es nuestro cardenal vicario por la gracia de Dios y de la Santa Madre Iglesia!… ¡Oh, el poder de una fotocopia!" "Empujado por el viento del chantaje, monseñor Poletti siguió ayudando al Papa durante largos años como cardenal vicario de Roma… hasta su jubilación" (203).

"El prefecto de la Casa Pontificia… no había conseguido que le dieran una licenciatura en ninguna universidad" (204). Allí "lo había colocado su tío el arzobispo cardenal de Bolonia" que "con gran pesar decía… de él: ‘Es muy hábil y astuto mi sobrino; lástima que no haya querido estudiar, de lo contrario, con el cargo que ocupa, ¡hubiera podido llegar tranquilamente a cardenal!’ Se equivocaba…Tras haber pasado cuarenta años al servicio de distintos papas…, pasó de simple subalterno a maestro de ceremonias" (204). Cierto día, cuando estaban por darle de baja, "decidió jugarse el todo por el todo… Se presentó sin previo aviso en el estudio del Papa y, con semblante desencajado y voz alterada, le dijo: ‘Santidad, he decidido irme mañana a mi pueblo…, puesto que aquí no se reconocen los méritos de alguien que ha entregado su vida al servicio de la Iglesia’". El Papa replicó: "¿Así se habla al Sumo Pontífice?" El prelado retrucó: "¿Y así trata Vuestra Santidad a un fiel colaborador que ha prestado un servicio ininterrumpido a cinco papas? Ahora no me queda más que irme a Conegliano para ordenar todas las cartas secretas de mi ministerio, que guardo celosamente en la caja fuerte", en alusión "a todos los secretos que hubiera podido divulgar". Apenas llegó a su casa "oyó sonar el telefonillo: abajo para hablar con él estaba un prelado con el mensajero que le llevaba el billete de su nombramiento como cardenal" (205).

Calumnias.

"El método de la calumnia es sencillo y expeditivo: se empieza por hacer circular los ‘dicen que’; si este recurso no basta, se recurre a escritos anónimos y a notas en la prensa; si hace falta algo un poco más fuerte, se pasa a una declaración jurada ex informata conscientia. Prohibición absoluta de revelar al acusado—y sólo a él—las sospechas que lo rodean con el fin de impedirle cualquier posibilidad de explicarse… Se queda sin el derecho a defenderse y demostrar su inocencia" (229). "Se renueva la farisaica delicadeza de conciencia de los acusadores en el pretorio, cuando no tenían el menor reparo en pedir a Pilato la sentencia de muerte contra el Inocente, pero, al mismo tiempo, se guardaban mucho de cruzar el umbral del pretor pagano para no contaminarse los pies" (229).

Desmentidos falsos.

"Los periodistas reciben con escepticismo el desmentido del portavoz de la sala de prensa vaticana… Los enterados saben que allí, cuando se apresuran a declarar que no saben nada acerca de lo que se dice, significa que hay algo oculto de lo que están al corriente, aunque lo desmientan… "El Osservatore Romano, el órgano de prensa casi oficial de la Santa Sede, es invitado a facilitar una información acomodaticia" (68). Tal medio de difusión "se considera desde siempre al servicio del pensamiento del Papa y de los dicasterios de la Curia romana. Se lee en todo el mundo por lo que dice y sobre todo por lo que calla" (68).

"La estafa de ciertas tesis de licenciatura".

En la Curia romana "no se examina la mejor o peor preparación del candidato y no existen los concursos: sólo intercambios de favores entre los poderosos en beneficio de sus protegidos. Cada funcionario de la Curia romana…, está por inveterada constumbre a la merced de su superior" (150). De allí que un "arribista" llamado figurativamente "Cabra Montés" "acepta la idea de un pacto" con su superior, que le permita obtener títulos fraguados (182ss), por los cuales va logrando ascensos hasta llegar a la recta final para el cardenalato, sin haber jamás estudiado siquiera en un seminario, con reconocimientos aún del mismo papa. Para ello tuvieron que obligar "al secretario de monseñor Cabra Montés a hilvanar en el ordenador (computadora) toda una serie de fragmentos y retales de textos jurídicos para presentarlos como tesis de licenciatura, inédita y original, entregada justo a tiempo y en secreto al complaciente centro superior que, con la máxima puntuación, lo declara doctor en falso derecho" (186).

El ascenso de un secretario personal del cardenal Silvestrini, por ejemplo, se debió al montaje de "una farsa de proceso informativo encaminado a arrancarle al Papa la sigla con la que se le nombraba obispo por aclamación general gracias a la alcahuetería de su clan" (101). "Se descubrió que al protegido silvestrino le habían concedido una falsa licenciatura en Derecho tras discutir una tesis que él ni siquiera había leído" (102). En otra ocasión, un "nuevo secretario, sin ningún título académico, se dedicaba a coleccionar paletadas de doctorados honoris causa de distintas universidades europeas. Semejante colección constituye siempre un incentivo en alguien que aspira al cardenalato" (167).

"En los países civilizados, el delito de las licenciaturas amañadas y regaladas se castiga con un juicio en toda regla, cuya sentencia declara nulo el título universitario, condena a graves penas a todos los que puedan estar implicados en el delito de corrupción con o sin concusión, y destituye a los responsables del cuerpo docente acusados de falsedad de documento público. El capítulo de las tesis y las licenciaturas de las universidades vaticanas", sin embargo, "en otros tribunales muy distintos de los pontificios donde todos se protegen unos a otros", "merece una consideración detallada que llegue hasta la clara denuncia… Quien tuviera el valor de denunciar a toda aquella serie de profesores tendría que estar dispuesto a sufrir como represalia la más despiadada persecución por parte del entorno de los interesados practicantes de la ley del silencio: protectores, protegidos, favoritos, ponentes, autores de tesis precocinadas, proveedores de escritos extrapolados" (237-238).

"En el Vaticano, tanto arriba como abajo, todo el mundo está al corriente de este admirable comercio" o "tráfico ilegal, sin embargo, nadie se siente obligado a denunciar los hechos al Papa y al cuerpo docente. Ninguna comisión de investigación estaría en condiciones de llevar a cabo una inspección exhaustiva capaz de poner al descubierto la corrupción y a los corruptores prelados y neodoctorados" (238). Hay "tantas anomalías" en "las universidades pontificias, en las que la independencia académica está envuelta en el misterio, el mito y el enigma" (239). El resultado es que "en las mencionadas universidades… quien estudia teología pierde la fe; el que asiste a cursos de moral experimenta sus efectos en su propia carne; el que profundiza en las Sagradas Escrituras duda de la Revelación; y el que se licencia en derecho se sitúa fuera de la ley y se desvía a la masonería" (239).

"Estas ilícitas y sucias actividades de corruptela tan extendidas en el Vaticano, más que delitos, se consideran un don profético del benévolo y astuto superior que, en el delirio de su omnipotencia, puede regalar ascensos, títulos y mitras a su secretario particular y a otros miembros de su clan o, por el contrario, privar de ellos a quienes no gocen de su favor" (238). "El protegido es premiado con una licenciatura gratis data sin pegar golpe y, como es natural, con la máxima calificación otorgada por los examinadores de una comisión preparada para complacer tanto al protegido como al protector. Inmediatamente después, se concede al flamante doctor el nombramiento apetecido mientras el profesor ponente recibe una gratificación acorde con el servicio prestado, en presencia de todo el personal del dicasterio que aclama con entusiasmo al flamante doctor, en un alarde de hipocresía y desvergüenza" (239).

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