Juan Pablo II Llega por Tercera Vez a Fatima

Mañana beatificará a los dos pastorcillos

FATIMA, 12 mayo (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha llegado por tercera vez a
Fátima, la localidad en la que se apareció la virgen en 1917. Y lo hace
significativamente por tercera vez en la misma fecha, el 13 de mayo, como
lo hizo en 1982 y 1991.

Y es que el 13 de mayo es una fecha que recuerda muchos acontecimientos
ligados entre sí: la primera aparición de María a los dos hermanitos y a
Lucía dos Santos, quien a sus 93 años volverá a encontrarse con el
pontífice; el atentado en la plaza de San Pedro del Vaticano de 1981; y, a
partir de mañana, la beatificación de los primeros niños elevados a la
gloria de los altares sin haber sido martirizados.

El motivo principal de este viaje internacional del Papa Wojtyla, el número
92 de su pontificado, se debe precisamente a la celebración que tendrá
lugar mañana por la mañana en la gran explanada del Santuario.

En la tarde de hoy, Juan Pablo II aterrizó en el aeropuerto de Lisboa y,
tras un breve encuentro privado con el presidente de la República
Portuguesa, Jorge Sampaio, se dirigió a Fátima en helicóptero. En la noche
se detendría en oración a la capilla de las apariciones. Un momento intenso
para agradecer a María el que le salvara la vida hace 19 años. Mientras
tanto, crece la espera por lo que mañana podrá decir durante la Eucaristía.

El nombre de Fátima está ligado en el subconsciente de muchas personas al
famoso tercer secreto. Precisamente el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe y una de las poquísimas
personas que tiene conocimiento de su contenido, hizo ayer referencia al
mismo. Ante la pregunta de los periodistas sobre su posible revelación por
parte del obispo de Roma durante su estancia en Portugal, respondió: «El
Papa siempre puede dar sorpresas, pero él va a Fátima a beatificar a los
pastorcillos Francisco y Jacinta y no para revelar el secreto».

Por tanto, son ellos, esos dos niños (Francisco no había cumplido los once
años cuando falleció y Jacinta no llegó a cumplir los diez) los auténticos
protagonistas de este viaje pontificio. Al beatificarles en este Jubileo
tan esperado, Juan Pablo II quiere indicar al mundo su ejemplo: oración y
sacrificio por la conversión de los pecadores, amor a Cristo y a los
hombres para cambiar la sociedad. En definitiva, el mensaje de las apariciones.

Hace nueve años, el Papa Wojtyla dijo en Fátima: «Confío a la Señora y
Madre todas las generaciones los buenos propósitos y el camino de nuestra
generación, la del siglo XX y la del XXI». Ciertamente el clima
internacional ha cambiado profundamente con respecto a 1991, cuando acababa de desaparecer la Unión Soviética (acontecimiento que muchos consideran ligado al cumplimiento de las revelaciones de la Virgen a los tres
pastorcillos).

En 1982, durante la primera visita del Papa, la situación mundial era
todavía mucho más inquietante. En esa ocasión, en ese Santuario, Juan Pablo II exclamó: «¡Líbranos de la guerra nuclear, de una autodestrucción
incalculable, de todo tipo de guerra!».  Él mismo, en respuesta al
llamamiento de la Virgen, consagraría después la Iglesia al Corazón
Inmaculado de María, en 1984, en unión con los obispos de todo el mundo.

El escenario mundial sigue suscitando temores e inquietudes. Ochenta y tres
años después, el mensaje de María en Fátima de amor y conversión sigue
teniendo plena actualidad. - ZS00051210


GLOBALIZAR LA SOLIDARIDAD ENTRE PUEBLOS Y GENERACIONES
Mensaje del Papa al Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos

CIUDAD DEL VATICANO, 12 mayo (ZENIT.org).- Frente a las «enormes
transformaciones» sociales de hoy que tienen lugar a causa del «impacto de
los grandes progresos tecnológicos y de las nuevas situaciones políticas y
culturales», Juan Pablo II renueva su llamamiento a favor de una
«globalización de la solidaridad», de la condonación de la deuda externa de
los países pobres, de una mayor atención por los problemas ligados al
empleo, a la tutela de los trabajadores y al derecho a una jubilación
digna. Son los temas principales de una Carta pontificia dirigida al
Movimiento Mundial de los Trabajadores Cristianos, reunidos en Asamblea
general en Sao Paulo (Brasil) del 9 al 19 de mayo.

Mecanismos ciegos
«Nadie --escribe el Papa en su mensaje-- debe resignarse a una
mundialización fundada únicamente en criterios económicos, ni puede
abandonarse a la fatalidad de mecanismos ciegos». Por el contrario, «junto
a todos los agentes de la vida social, en diálogo y colaboración, los
trabajadores están llamados a comprometerse para evitar los efectos
negativos de la mundialización y de una economía que aplasta al hombre».
Los cristianos, por su parte, «tienen que contribuir buscando respuestas
inspiradas en los valores evangélicos».

Jubileo y globalización
«El año jubilar --subraya en este sentido el Papa-- es particularmente
oportuno para reflexionar sobre nuevas formas de solidaridad política,
económica y social a todos los niveles de la sociedad. La cultura de los
trabajadores, a pesar de todos los obstáculos, tiene que seguir siendo una
cultura solidaria».

El año santo es «también un tiempo favorable para analizar los
desequilibrios económicos y sociales que existen en el mundo» con el
objetivo  de restablecer «una justa jerarquía de valores, que tiene en
cuenta ante todo en primer lugar la dignidad del hombre y de la mujer
trabajadores»; y para «reflexionar sobre los modos de entender la
solidaridad a nivel mundial, sobre todo con los países pobres,
especialmente con los que están aplastados por el peso de la deuda».

Las mujeres: primeras víctimas
«Si bien la mundialización de la economía y el desarrollo de las nuevas
tecnologías ofrecen reales posibilidades de progreso, multiplican al mismo
tiempo situaciones de desempleo, de marginación y de extrema precariedad en el trabajo, cuyas primeras y principales víctimas son la mujeres que, en
ciertos países en los que reina la economía de subsistencia, constituyen
uno de los apoyos esenciales de esta economía». Para Juan Pablo II, «la
solidaridad y la participación son garantías morales para que las personas
y los pueblos sean no sólo instrumentos, sino que se conviertan también en
protagonistas de su porvenir». Por esto, dice el Papa, «es necesario tender
hacia una "globalización de la solidaridad" y a una mundialización sin
marginación de las personas y de los pueblos».

Deuda externa
«Un signo concreto de esta solidaridad --confirma en su mensaje Juan Pablo
II-- debe ser la anulación de la deuda de los países más pobres, o al menos
de una reducción significativa, asegurando con la necesaria transparencia,
que la remisión de las deudas, los préstamos o las inversiones sean
utilizados para el bien común, ofreciendo al mismo tiempo ayudas
científicas y de personal para acompañar estos cambios en la economía local».

Con estos criterios, el Papa recomienda prestar una atención particular a
los jóvenes que buscan trabajo, a los desempleados, a quienes tienen un
salario insuficiente, a quienes atraviesan necesidades materiales. «Es
esencial que todos se movilicen a favor de la inserción y de la reinserción
del conjunto de la población en edad de ejercer una actividad profesional y
que las situaciones de pobreza y de abandono, que ofenden su dignidad, sean
vencidas por una solidaridad cada vez más activa». - ZS00051210


CRISTIANOS Y JUDIOS UNIDOS POR LA SAGRADA ESCRITURA
Reunión de la Pontificia Comisión Bíblica

CIUDAD DEL VATICANO, 12 mayo (ZENIT.org).- La relación entre el Antiguo y
el Nuevo Testamento, entre la Biblia cristiana y el pueblo hebreo: han sido
temas de particular estudio para la Pontificia Comisión Bíblica la semana
pasada.

Veinte miembros, todos teólogos y biblistas expertos, designados por la
Santa Sede con la ayuda de las Conferencias episcopales, componen la
comisión que se reúne anualmente bajo la presidencia del Cardenal Prefecto
de la Congregación para la doctrina de la fe.

Este año el análisis se ha centrado en la relación de las Sagradas
Escrituras del pueblo judío con la Biblia cristiana, un documento de 103
páginas. Todos los miembros de la comisión han expuesto sus observaciones
después de haber examinado el texto. La sesión ha continuado con la
discusión de cada parecer, y después se ha preparado una nueva redacción
que será sometida a votación por correspondencia.

El secretario de la comisión, Padre Albert Vanhoye, ha explicado a los
micrófonos de «Radio Vaticano», los resultados del trabajo: «La primera
constatación es que el Antiguo Testamento para los cristianos es una parte
fundamental de la Biblia; sin el Antiguo Testamento el misterio de Cristo
no habría sido revelado, habría permanecido oscuro. Sin embargo, fue
preparado por el Antiguo Testamento. Por lo tanto con los judíos tenemos en
común esta parte de nuestra Biblia. Tenemos vínculos muy estrechos porque
el Nuevo Testamento se refiere continuamente al Antiguo, lo cita y hace
alusiones a numerosos textos del mismo».

En la segunda parte del documento de la Comisión se trata de los
principales temas que se encuentran en el Antiguo y en el Nuevo Testamento:
Dios, el Dios único, creador, salvador; el Dios que propone una alianza,
que da una ley, que reprende al pueblo cuando no es fiel, pero que hace
promesas maravillosas. Todos estos temas están en el Antiguo Testamento y
tienen cumplimiento en el Nuevo Testamento.

Al final del documento se consideran las distintas formas en las que los
textos del Nuevo Testamento hablan de los judíos: «Hay pasajes severos
--explica el Padre Vanhoye--, pero es necesario comprender exactamente su
alcance, no exagerarlo, y por otra parte hay tantos pasajes positivos,
tantos elogios que muestran la importancia del pueblo judío en la historia
de la salvación». Este es, en pocas palabras, el contenido de este
documento que, en cuanto esté terminado, será sin duda un instrumento muy
útil en una renovada y más fraterna relación entre la Iglesia católica y el
pueblo hebreo. - ZS00051207


FATIMA: POR PRIMERA VEZ UN PAPA BEATIFICA A NIÑOS QUE NO SON MARTIRES
Declaraciones del prefecto de la Congregación vaticana para los Santos

CIUDAD DEL VATICANO, 11 mayo (ZENIT.org).- Se llama María Emilia Santos, es portuguesa y tiene 69 años: desde hace 22 años estaba totalmente
paralizada, sin poder salir de la cama. El 20 de febrero de 1989, hace once
años, experimentó una curación instantánea y completa, tras haber pedido a
Dios la gracia por intercesión de los dos pastorcillos que recibieron las
apariciones de la Virgen María en Fátima. El milagro, necesario para la
beatificación, fue reconocido por la Iglesia el 28 de junio de 1999.

María Emilia estará presente el próximo sábado en la beatificación, junto a
Lucía, de 93 años, carmelita que vive en el monasterio de Coimbra, prima de
los nuevos beatos y testigo de las apariciones de la Virgen que tuvieron
lugar entre el 13 de mayo y el mes de octubre de 1917.

El testimonio de Lucía en el proceso de beatificación de Francisco y
Jacinta ha sido, obviamente, de importancia decisiva. Ella conoció mejor
que nadie a sus primos, con los que pasaba días enteros. Ha podido
testimoniar sobre el influjo que tuvieron en la vida de esos pequeños las
apariciones. El proceso de la Congregación vaticana para las Causas de los
Santos ha permitido constatar cómo los pastorcillos fueron cultivando una
estupenda vida espiritual que llegó a alcanzar grados heroicos, como lo
afirmó el Decreto del 13 de mayo de 1989.

El prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el arzobispo
José Saraiva Martins, ha explicado a los micrófonos de «Radio Vaticano» la
importancia que tienen estas beatificaciones que proclamará el próximo
sábado el Papa en Fátima. «La beatificación de los dos pastorcillos,
Francisco y Jacina --explica--, es ciertamente un acontecimiento que ha
sido esperado durante mucho tiempo. Y no sólo por los católicos
portugueses. Todos los devotos de esos niños que vieron a la Virgen de
Fátima --están esparcidos por todo el mundo-- saltan de alegría ante este
evento. El significado de la beatificación de los dos hermanitos es
bastante claro. El movimiento religioso que surgió con las apariciones de
la Virgen en la Cova de Iría, que pronto se extendería por toda la
catolicidad, recibirá una especial confirmación y un nuevo impulso. En
particular, al elevar a los dos pequeños videntes a la gloria de los
altares, el Santo Padre permite su culto en la Liturgia de la Iglesia,
estimula la devoción de los fieles por ellos, y sobre todo, les propone
como modelos eximios de virtud cristiana».

Francisco y Jacinta serán los primeros niños beatificados sin ser mártires.
Se trata, por tanto, de un paso totalmente nuevo para la historia de la
Iglesia. Saraiva Martins, quien es también portugués, lo explica así: «La
razón por la que antes no se había beatificado a niños de esa edad se debe
a la convicción que existía de que a esa edad todavía no eran capaces de
practicar las virtudes cristianas de manera heroica. La Congregación para
las Causas de los Santos afrontó de manera profunda esta cuestión en 1981.
Para ello se sirvió de especialistas en los diferentes sectores
relacionados con el argumento en cuestión: desde el teológico hasta el
jurídico, desde el histórico y pedagógico hasta incluso el psicológico. La
conclusión a la que llegaron los especialistas es que las personas que han
alcanzado la "aetas discretionis", es decir el uso de razón, pueden ejercer
las virtudes incluso de manera heroica, por tanto, pueden ser beatificadas
y canonizadas».

Tercer secreto
Por lo que se refiere a la cuestión del «tercer secreto de Fátima» que la
Virgen reveló a los pastorcillos y que los Papas no han querido hacer de
dominio público, el prefecto de la Congregación para las Causas de los
Santos ha explicado en declaraciones a la revista «Inside the Vatican» que
es inútil hacer especulaciones sobre su carácter catastrofista. «El hecho
de que no se haya hecho de dominio público no significa necesariamente que
se deba al anuncio de catástrofes. Más bien indica que no es necesario
conocer esa parte de las revelaciones. Nosotros ya sabemos lo suficiente de
las dos primeras partes. Ya sabemos lo que quiere el Señor nos quiso decir
a través de su Madre. Y esto lo saben todos».

Este Papa ha sido el que más beatificaciones y canonizaciones ha hecho en
toda la historia: ha beatificado a 1.200 personas y canonizado a 447; en
total 1.449. Saraiva Martins, al intervenir en el noticiero internacional
de «Radio Vaticano» ha aclarado que con ello, Juan Pablo II quiere
demostrar «la gran importancia pastoral y eclesial de las beatificaciones y
canonizaciones. Elevar a los Siervos de Dios a la gloria de los altares
significa proponer a todo el Pueblo de Dios y a la sociedad moderna modelos auténticos de humanidad y de santidad, que el hombre de nuestro tiempo necesita de manera particular».- ZS00051110


COLISEO: EL ECUMENISMO DE LAS SANGRE
El obispo anglicano de Gibraltar y la conmemoración de los testigos de la fe

LONDRES, 11 mayo (ZENIT.org).- La unidad de la sangre de quienes han dado
su vida por Cristo en las diversas Iglesias cristianas, defendiendo los
valores del Evangelio, es más importante que las divisiones. Este fue el
mensaje que quiso dar Juan Pablo II en el acto celebrado el pasado domingo
en el Coliseo, conmemorando a los creyentes que han dado la vida como
supremo acto de amor, a imitación de Cristo. El obispo anglicano de
Gibraltar, John Hind, es experto en el diálogo entre católicos y
anglicanos, y tuvo en el último Sínodo de los obispos para Europa, que se
celebró en el Vaticano el pasado mes de octubre, una apasionada
intervención sobre el tema del martirio.

«En su encíclica "Ut Unum Sint" --explica el obispo Hind al diario
«Avvenire»-- el Papa hace una afirmación muy interesante. Los mártires, si
mueren en el nombre de Cristo, están unidos, dice Wojtyla, aunque sus
Iglesias sigan divididas. Si esta afirmación es verdadera, suscita algunas
preguntas fundamentales sobre el sentido de la unidad de los cristianos,
porque hace suponer que la unidad real entre cristianos bautizados que
mueren en el nombre de Cristo, y son fieles testigos del mensaje del
Evangelio, es mucho mayor de cuanto reconocemos normalmente, y supera las
divisiones que parecerían existir entre cristianos. Una idea semejante
apareció ya en el Concilio Vaticano II: la unidad entre cristianos es real
y ya existe, aunque es imperfecta y debe ser mejorada. Ciertamente el
camino es largo y las divisiones son profundas si sólo pensamos que hasta
hace trescientos años los cristianos de este país se empalaban y quemaban
mutuamente. Además, trabajar en favor de la unidad, como se ha hecho en los
últimos años, es importantísimo y este objetivo es más importante que las
divisiones».

¿Cuál es la base común de la que debemos partir para alcanzar una nueva
unidad? «La muerte y la resurrección de Jesucristo --responde el obispo
John Hind--. El hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre y se haya
dejado crucificar para luego resucitar para nosotros; y no era ni católico,
ni anglicano, ni baptista o metodista, sino sólo el Hijo de Dios. En
consecuencia, la Iglesia que ha fundado es única y santa y va más allá de
las divisiones de los cristianos».

¿A qué piensa que se deben estas divisiones? «Algunas --afirma el obispo
Hind-- a los pecados de los hombres, al hecho de que los cristianos no han
mantenido la misma fidelidad al mensaje de Cristo. Los límites humanos han
alejado a los cristianos del corazón del Evangelio y una consecuencia son
las divisiones doctrinales. Sin embargo, a menudo, nos olvidamos de que se
trata de separaciones bastante recientes en la historia de la Iglesia. Los
católicos creen en la doctrina de la infalibilidad del Papa, que resulta
inaceptable para los anglicanos, mientras que estos últimos han admitido la
ordenación de mujeres que ha representado, quizá, el momento de mayor
división respecto a los católicos en los últimos años. Se trata de
divisiones que no son de poca monta pero son recientes en el tiempo, si
pensamos que la unidad de los cristianos se remonta a dos mil años. Si
estos temas importantes se toman en consideración, con la necesaria
paciencia y atención, estoy seguro de que se puede encontrar una vía de
salida».

¿Qué progresos serían posibles, por ejemplo, sobre la cuestión del primado
de Pedro? «Se trata de una verdad que podría ser reconsiderada --afirma el
obispo Hind-- releyendo las Escrituras, respetando la tradición y pensando
también en las exigencias del mundo moderno. Haría falta encontrar nuevos
modos de hablar de viejos problemas, como ha hecho por ejemplo la Comisión
ARCIC para el diálogo entre anglicanos y católicos, con la publicación del
documento «El don de la autoridad». Hace falta ponerse de acuerdo sobre qué
es lo que se entiende por primado de Pedro e infalibilidad del Papa. El
mismo Santo Padre, en la encíclica "Ut Unum Sint", ha explicado que su
ministerio se ejerce al servicio de todos los cristianos y ha pedido ayuda
también a los fieles de confesiones diversas de la católica para ejercer
del modo mejor su ministerio. Los anglicanos no tienen grandes dificultades
en considerar el ministerio del Papa como signo de la unidad y de la
autoridad de la Iglesia. Si el primado de Pedro significa que la Iglesia es
depositaria de la verdad y en grado de anunciarla al resto del mundo, de
acuerdo. Si significa que el Papa ejerce su autoridad prescindiendo de los
cristianos de otras confesiones, entonces el ministerio del Papa se
convierte en un problema para nosotros. Creo que el Papa estaría dispuesto
a algunas reformas, incluso importantes, del ejercicio del primado, pero
hay que preguntarse si todos en la Iglesia Católica comparten
espontáneamente esta posición. Jesús, en el Evangelio, ha pedido a sus
discípulos que sean una sola cosa para que el mundo crea, y es de vital
importancia hoy para los cristianos recuperar la unidad originaria porque,
sólo si estamos unidos a los ojos del mundo, podemos comunicar un mensaje
de esperanza a los hombres de hoy, tan deseosos de comprender su humanidad». - ZS00051101


EL FISCAL PIDE LA PENA DE MUERTE PARA UN OBISPO RUANDES
Juan Pablo II le escribe para asegurarle su cercanía

CIUDAD DEL VATICANO/KIGALI, 10 mayo (ZENIT.org).- Tras seis horas de
sesión, el fiscal pidió ayer la pena máxima para Augustin Misago: la
ejecución. Sólo una cruz que sobresalía de entre sus vestidos de
encarcelado para indicar que el incriminado es el obispo de Gikongoro, a
quien los hombres del régimen ruandés acusan de complicidad con el
genocidio de 1994.

La reacción de Juan Pablo II no se ha hecho esperar. Inmediatamente ha
enviado un telegrama al prelado para hacerle llegar palabras preñadas de
ternura: «Ante las dolorosas noticias que me llegan sobre su detención en
la cárcel que dura ya desde hace trece meses y mucho más ante la petición
de pena capital que ha sido presentada, siento el deber de renovarle una
vez más a usted, amado pastor de la querida diócesis de Gikongoro, toda mi
cercanía, así como la de toda la Iglesia».

La petición de la pena capital presentada por el fiscal, sin embargo, no ha
convencido a los expertos, quienes consideran que los debates del proceso
no han logrado justificarla. Entre los presentes en el aula judicial, se
encontraba ayer la mismísima jefe del Tribunal penal de las Naciones Unidas
para Ruanda, la juez Carla Del Ponte. Su presencia demostraba además la
preocupación de la comunidad internacional por la manera en que se
administra la justicia en ese país.

Monseñor Misago, cuya salud se está deteriorando alarmantemente con el
pasar de los días, está confinado en una prisión en la que se consumen, en
un edificio pensado para 1.500 personas, unos 7.000 ruandeses acusados de
genocidio.

Ruanda vive todavía en un deletéreo ambiente hecho de sospechas, venganzas privadas y rivalidades entre etnias. Las dos principales, los tutsis y los hutus, se han sucedido en el poder. A veces, por la fuerza. Ahora, dominan los tutsis y muchos hutus corren el riesgo de ser acusados de genocidio por extensión. Otros, mataron a sus vecinos tutsis, empujados por las amenazas a su propia vida y la de su familia por líderes hutus que luego huyeron del país.

El asunto ha puesto en primer plano las relaciones entre el Gobierno y la
Iglesia a la que se acusa de ser responsable y de no permitir que varias
Iglesias católicas se transformen en cementerios y monumentos al genocidio.
La Iglesia, sin embargo, ha pagado un alto precio por el genocidio de
Ruanda: en él murieron tres obispos, 123 sacerdotes, y más de 300 religiosas.

El proceso, hasta ahora, lo único que ha hecho ha sido demostrar
exactamente la tesis contraria a la del fiscal: es decir, que a monseñor
Misago no se le puede inculpar ninguna de las muertes que tuvieron lugar en
los trágicos acontecimientos de 1994, pues hizo todo lo posible para
defender tanto a los hutus como a los tutsis de su diócesis. Se ha dado
incluso el caso de que al obispo se le imputó su complicidad en el
asesinato de una persona que más tarde se presentó a testimoniar a favor
del prelado en perfecto estado de salud.

El abogado defensor del obispo, por el contrario, considera que la
acusación no obedece a razones judiciales, sino a un complot orquestado
contra el Misago y la Iglesia católica en Ruanda.

El mismo Alfred Pognon, defensor del prelado, se ha explicado con estas
palabras a los micrófonos de «Radio Vaticano»: «Estoy sencillamente
estupefacto por el hecho de que se pueda pedir una condena a muerte para
una persona basándose únicamente en conjeturas y falsas declaraciones. No
se ha dado la más mínima aclaración de las acusaciones, simplemente se han
ido multiplicando».

Las palabras del abogado demuestran el miedo ante la posibilidad de que la
petición del fiscal pueda ser acogida por el Tribunal. «Quisiera contar de
verdad con las justicia, pero confieso que no estoy completamente
tranquilo. El hecho es que nos encontremos ante prejuicios étnicos; de lo
contrario no se puede explicar cómo es posible que un hombre que trata de
ofrecer aclaraciones y explicaciones ante un Tribunal sea "demonizado"
hasta este punto. Si el resultado de este proceso es negativo,
presentaremos un recurso: está en juego el honor de Ruanda, que debe saber
administrar la justicia de manera justa y debe rendir justicia a un inocente».

En la cárcel, monseñor Misago relee el mensaje que desde la lejana Roma le
ha enviado el Papa. El telegrama concluye diciendo: «Deseando que se le
restituya la libertad y pueda volver a ser guía amorosa de su comunidad
diocesana, invoco al Señor resucitado la presencia consoladora de su
Espíritu. Mientras de corazón le envío mi bendición apostólica». - ZS00051010


TIERRA SANTA: LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS BAJO LA PROTECCIÓN DE MARÍA

JERUSALEN, 10 mayo (ZENIT.org).- Miles de fieles de Israel y Palestina se
dieron cita en la tradicional procesión mariana de Haifa, gran
acontecimiento espiritual que, junto la procesión del Domingo de Ramos en
Jerusalén, constituye la otra gran manifestación pública de los católicos
de Tierra Santa.

En la cima del Monte Carmelo les aguardaba una sorpresa: en torno al famoso
Santuario, ha sido posible hacer una gran plaza, en una zona que han dejado
libre las Fuerzas Armadas israelíes. Y es ahí donde terminó la procesión
con un discurso del patriarca Michel Sabbah y su bendición. Hasta la fecha
la gente se amontonaba fuera del Santuario que sólo podía acoger a unos
pocos centenares de peregrinos.

La más bella celebración del mes mariano en Tierra Santa, mes que se vive
intensamente en las parroquias y en las familias cristianas, ha contado con
una participación aún mayor en este año del Gran Jubileo. La procesión
salió de la iglesia parroquial de padres carmelitas en el centro histórico
de Haifa, y fue recorriendo la ladera del Monte hasta el Santuario Stella
Maris, donde el patriarca Sabbah recordó que después de la Resurrección,
María permaneció al lado de los apóstoles y de los primeros discípulos,
unidos en un solo espíritu. Y desde ahí lanzó una llamada a la unidad de los
cristianos de Tierra Santa bajo la protección de Nuestra Señora, frente a
los desafíos del nuevo milenio. - ZS00051011


JUAN PABLO II: EL FUTBOL NO PUEDE QUEDAR REDUCIDO A PURO MERCADO
Pide a los representantes de la UEFA defender los valores del deporte

CIUDAD DEL VATICANO, 8 mayo (ZENIT.org).- ¿Cómo puede desarrollar el fútbol los grandes valores universales en quien lo practica y en quien lo vive
como espectador? Esta es la pregunta a la que respondió Juan Pablo II esta
mañana al recibir en el Vaticano a 150 representantes de la UEFA, la Unión
de Federaciones Europeas de Fútbol que constituye la máxima autoridad de
este deporte en el viejo continente.

Al dirigirse a estos profesionales de la organización del «deporte rey» en
el mundo, el pontífice insistió en el binomio que siempre se ha dado y se
debería dar entre fútbol y solidaridad. En particular, apreció el que se
organicen espectáculos que tienen como objetivo recoger ayudas destinadas a
responder a diferentes emergencias humanitarias. Una prueba de esta
solidaridad, según el pontífice, es también el hecho de que la UEFA ha
destinado sus propios recursos «para emprender una obra de asistencia a los
países pobres y de cooperación especial con los países del Este de Europa
para difundir el fútbol entre los jóvenes e iniciarles en una existencia
sana, inspirada en sólidos principios morales».

Una responsabilidad
Ahora bien, añadió, en estos momentos, el fútbol se ha convertido en un
fenómeno de masas que «enfatiza la responsabilidad de aquellos que se
ocupan de su organización y promueven la expansión de esta actividad
deportiva tanto a nivel de profesionales como a nivel de amateur. Están
llamados a no perder nunca de vista las significativas posibilidades
educativas que el fútbol, al igual que otras disciplinas deportivas
similares, puede desarrollar».

Por otra parte, añadió el Santo Padre, «los deportistas, especialmente los
más famosos, nunca deberían olvidar que se convierten en modelos para el
mundo de la juventud. Por ello, es importante que, además de desarrollar
sus capacidades deportivas, sean cuidadosos para cultivar esas cualidades
humanas y espirituales que harán de ellos auténticos ejemplos positivos de
dominio público».

Fútbol y mercado
Es más, el Papa pidió que todos los profesionales del mundo del fútbol,
desde sus organizadores hasta sus profesionales de la comunicación unan
esfuerzos para «asegurar que el fútbol no pierda nunca su genuina
característica de ser una actividad deportiva, que no quede sumergida por
otras preocupaciones, especialmente las de carácter económico».

En este sentido, el Papa Wojtyla, quien fue un buen delantero centro en su
escuela y universidad, consideró que el Jubileo constituye una oportunidad
para que el fútbol se convierta en un motivo auténtico de promoción de la
grandeza y de la dignidad del hombre. Por ello, las estructuras que
componen la industria del fútbol «están llamadas a ser un terreno de
auténtica humanidad, en el que los jóvenes sean incitados a aprender los
grandes valores de la vida y a difundir las grandes virtudes que
constituyen la base de una digna convivencia humana, como la tolerancia, el
respeto de la dignidad humana, la paz y la fraternidad»

«El fútbol, al igual que todo deporte, tiene que convertirse cada vez más
en la expresión de la primacía del ser sobre el tener, liberándose de todo
lo que le impide ser una propuesta positiva de solidaridad y de
fraternidad, de mutuo respeto y de confrontación leal entre hombres y
mujeres de nuestro mundo», como ya había subrayado poco antes que el Papa
Luciano Nizzola, presidente de la Federación de Fútbol Italiana.

Las palabras del Papa a los líderes de la UEFA parecían las indicaciones de
un entrenador a sus jugadores en el vestuario, minutos antes de saltar al
terreno de juego. En esta ocasión, sin embargo, se trata de un «entrenador
de espíritus». - ZS00050808


LA SANGRE DE LOS TESTIGOS DE CRISTO DA UN EMPUJON DECISIVO AL ECUMENISMO
El Papa y líderes cristianos recuerdan juntos a los «mártires» del siglo XX

CIUDAD DEL VATICANO, 7 mayo (ZENIT.org).- La Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX ha sido uno de los momentos más importantes y esperados del Jubileo del año 2000. En una ceremonia sin precedentes, Juan Pablo II, acompañado por representantes de las diferentes confesiones cristianas recordó, en el sugerente marco del Coliseo, el ejemplo de todos esos hombres y mujeres que en este siglo han dado la vida por Cristo. Como él mismo reconoció, éste es quizá el siglo que más mártires ha dado a la historia en estos dos mil años de cristianismo.

Un empuje para el ecumenismo
El recuerdo de estos testigos de la fe de todas las confesiones cristianas
permitió que la celebración se convirtiera en uno de los encuentros
ecuménicos más representativos de todos los tiempos. Significativamente
estaban presentes representantes del Patriarcado ortodoxo de Moscú, que por
motivos históricos recientes suele ser reticente a participar en encuentros
con el Papa. Estaba también presente la Alianza Reformada Mundial, cuya
ausencia se había dejado notar en la ceremonia ecuménica de apertura de la
Puerta Santa de San Pablo Extramuros, en Roma, en las primeras semanas de
este año santo. Ha sido, sin duda, el encuentro ecuménico más representativo.

El espectáculo era emocionante. Cuando el sol se ponía en Roma, en un día
cubierto por nubes y algo lluvioso, representantes de la Iglesia de oriente
con sus largas barbas y sus sotanas negras, anglicanos y protestantes con
sus vistosas estolas, cardenales de la Iglesia católica con sus hábitos de
color púrpura, junto a miles de peregrinos se reunieron para recordar
juntos a esos tres millones de personas que, según los expertos, han sido
asesinados por su fe. La Comisión jubilar para los «Nuevos mártires» ya ha
registrado los nombres y apellidos de 12.692, la lista provisional será
entregada al Papa en el próximo otoño.

El Papa llegó hasta el lugar del encuentro, junto al Arco de Tito, en
procesión, acompañado por los líderes cristianos que habían dado inicio a
la ceremonia. Entre los muros desnudos del anfiteatro, destacaba un
magnífico icono de Cristo crucificado.

Recuerdos de la segunda guerra mundial
En la homilía, y contrariamente a su costumbre en estas ocasiones solemnes,
Juan Pablo II dejó espacio a sus recuerdos más íntimos. Al recordar a los
hombres y mujeres martirizados a mediados de este siglo, afirmó: «Yo mismo
fui testigo en los años de mi juventud, de tanto dolor y de tantas pruebas.
Mi sacerdocio, desde sus orígenes, ha estado inscrito en el gran sacrificio
de tantos hombres y de tantas mujeres de mi generación. La experiencia de
la Segunda Guerra Mundial y de los años siguientes me ha movido a
considerar con grata atención el ejemplo luminoso de cuantos, desde inicios
del siglo XX hasta su fin, experimentaron la persecución, la violencia y la
muerte, a causa de su fe y de su conducta inspirada en la verdad de Cristo».

«¡Y son tantos!», dijo con fuerza el Papa explicando el sentido de este
encuentro ecuménico sin precedentes en la historia. «Su recuerdo no debe
perderse, más bien debe recuperarse de modo documentado. Los nombres de
muchos no son conocidos; los nombres de algunos fueron manchados por sus
perseguidores, que añadieron al martirio la ignominia; los nombres de otros
fueron ocultados por sus verdugos. Sin embargo, los cristianos conservan el
recuerdo de gran parte de ellos». Quiso recordar dos nombres en concreto, y
ninguno de los dos era católico. El del metropolita ortodoxo de San
Petersburgo, Benjamín, martirizado en 1922, y el del pastor luterano Paul
Schneider, quien desde su celda del campo de concentración de Buchenwald
afirmaba ante sus verdugos: «Así dice el Señor, yo soy la Resurrección y la
Vida».

Patrimonio de todos los cristianos
De este modo, mostró cómo la sangre de los testigos de Cristo «es un
patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades
eclesiales». «Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de
los factores de división --añadió--. El ecumenismo de los mártires y de los
testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la unidad a
los cristianos del siglo XXI».

Tras rezar juntos el mismo «Credo», los cristianos de todas las confesiones
presentes en el Coliseo escucharon textos escalofriantes escritos por
testigos de la fe en Cristo de este siglo. Las lecturas y las oraciones que
les siguieron no buscaban ser una proclamación oficial de su martirio
--para ello la Iglesia realiza un proceso mucho más institucional y
detallado--, sino más bien una evocación de los momentos y situaciones de
este siglo en los que la sangre de los cristianos ha corrido de manera
irresistible.

Testigos de la fe del siglo XX
Fueron recordados, por tanto, en grupos. El primero fue el de los
cristianos que testimoniaron la fe bajo el totalitarismo soviético. Entre
estos testigos, el más impresionante fue sin duda el de un testigo del
gulag que se creó en las Islas Solovki. En este recinto de suplicio y
muerte, fueron asesinados juntos, proclamando la misma fe, católicos y
ortodoxos.

En segundo lugar, se recordaron las víctimas del comunismo en otras
naciones de Europa. Una católica leyó las emocionantes palabras de un
obispo ortodoxo mártir; y un sacerdote ortodoxo recordó el ejemplo del
padre Anton Luli, jesuita albanés que pasó 17 años en la cárcel y 11 en
trabajos forzados.

A continuación se conmemoraron las víctimas del nazismo y del fascismo. Se
evocó, en ese momento, el testimonio del pastor luterano alemán Paul
Schneider, en el campo de concentración de Buchenwald, que ya antes había
recordado el mismo Papa. La segunda figura proclamada en ese período fue la
de monseñor Ignacy Jez, obispo polaco, uno de los tantos sacerdotes
católicos que murieron en los campos de concentración nazis --tan sólo en
Dachau fueron asesinados casi tres mil--.

Los testigos del anuncio del Evangelio en Asia y Oceanía fueron recordados
a través de la evocación de la vida de Margherita Chou, católica china, y
de un grupo de anglicanos asesinados en un campo de concentración en Japón.

Un capítulo especial se dedicó a los discípulos de Cristo perseguidos por
odio a la fe católica. En este sentido, se recordaron de manera particular
los mártires de la persecución religiosa en España y México. Para evocar
las víctimas de la persecución religiosa de los años treinta en España, se
leyó un texto del entonces ministro de la República, Manuel Irujo, en el
que constataba los registros en las casas que tenían por objetivo la
destrucción sistemática de toda referencia a la religión cristiana en la
vida íntima de las personas. En el caso de los mártires mexicanos, se evocó
el testimonio del obispo José de Jesús Manríquez y Zárate, pronunciadas
desde el exilio de Laredo (Texas) en 1927.

Testimonios de la evangelización de África y Madagascar resonaron en el
Coliseo. En concreto se rememoraron  las palabras de un seminarista que
sobrevivió a la masacre que tuvo lugar en un seminario menor de Burundi, el
30 de abril de 1997, donde 44 seminaristas hutus y tutsis fueron asesinados
por no querer identificar ante sus agresores su propio grupo étnico. El
segundo testimonio de este grupo fue el de un joven misionero baptista
canadiense, W.G.R. Jotcham, quien trabajó en la leprosería de Kàtsina, en
una zona musulmana de Nigeria, y que fue víctima de la caridad en 1938.

El recuerdo de quien ha dado su vida en América fue destacado con los casos
del obispo misionero capuchino Alejandro Labaka, quien murió a flechazos en
1987, víctima de una tribu de aborígenes que trataba de evangelizar, y de
monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo de Arauca, Colombia,
secuestrado y asesinado por un grupo de guerrilleros mientras realizaba una
visita pastoral a algunas parroquias rurales de su diócesis, el 22 de
octubre de 1989. En la oración conclusiva de este grupo, se recordó también
al arzobispo de San Salvador, Oscar Romero, quien murió celebrando la
Eucaristía en marzo de 1980.

Por último se revivieron los últimos instantes de los testigos de la fe en
varias partes del mundo. En concreto, se rememoró la trágica muerte de los
monjes trapenses de Tibirin, en  Argelia, víctimas de los fundamentalistas
islámicos. El segundo testimonio fue el del patriarca armenio apostólico
Karekin I, fallecido en 1999, con el que quiso evocar los sufrimientos y el
genocidio del pueblo armenio.

La celebración fue larga (unas dos horas y media), pero quienes
participaron en este encuentro ecuménico del Coliseo salieron con la
sensación de haberse convertido en testigos de uno de esos momentos que
recordarán los libros de historia al analizar los grandes momentos del
diálogo entre las diferentes confesiones cristianas. Fue un 7 de mayo de 2000. - ZS00050712


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